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Fe y Vida
La Eucaristía es respuesta de vida

La Eucaristía es un don, un sacramento, en el que Jesús se nos entrega totalmente. La Eucaristía nos exige una respuesta de vida renovada, abierta al amor sincero. El Pan que nos ofrece es la fuerza de los débiles, el apoyo de los enfermos, el bálsamo que sana cualquier herida. “Comer el pan de vida” tiene como fin alcanzar aquello por lo cual vale la pena vivir.

Por Ximena Aguirre Alvis

Es el mayor milagro de amor, un don donde Jesús se nos entrega en la totalidad de su Ser. En la Eucaristía se nos da Jesús que consuela a los afligidos, que cura a los enfermos, porque de Él sale una virtud que sana tanto los cuerpos como las almas; y ahora vive intercediendo siempre por nosotros.

Se nos da Jesús que resucita a los muertos y devuelve la vida, “porque es la Resurrección y la Vida”; Jesús que agoniza en Getsemaní por el temor, la tristeza y el hastío, para poder comprender todos nuestros temores y tristezas.

Cuerpo y Sangre de Cristo
En la última cena, la misma noche en la que a Jesús lo traicionaban, instituyó el sacrificio de su Cuerpo y Sangre, el cual perpetúa por los siglos, hasta su vuelta. En este banquete se recibe como alimento a Cristo. Es así que la última cena, se recuerda en la Misa, la cual consta de dos partes; una justamente es la Eucaristía, y la otra es la liturgia de la Palabra, y ambas están íntimamente ligadas.

La Eucaristía es más que una invitación que nuestro Creador nos hace a cada uno de nosotros, qué privilegio el ser invitados por nuestro propio nombre, al mayor acto de amor.
 

¿PARA QUÉ COMULGAR? ¿QUÉ CONTIENE LA HOSTIA?

Comulgamos para encontrarnos con Jesús y alimentarnos en cuerpo y alma de su gracia y tenerlo en nuestro ser, presencia que nunca nos abandona. En la Hostia está Jesús, que esté presente, no sólo quiere decir que esté como Dios y como Hombre; significa también que allí se encierra toda su vida mortal y gloriosa; que allí está, no sola-mente el Ser de Jesús sino también su vida y actividad. En la Hostia Santa está Jesús como víctima, como inmolado.

Es verdad que Jesús en la Eucaristía está Glorioso e Impasible, pero también es cierto que el estado eucarístico es un estado victimal, que en la Hostia se encuentra Cristo como una víctima sacrificada por nosotros. Precisamente por eso se llama a este Sacramento Hostia, que quiere decir víctima.

Cuando Jesús instituyó este sacramento, clausuró aquella ceremonia con estas palabras impregnadas con la tristeza de la despedida: “Hagan esto en memoria mía”, nos recuerda la magnitud de su amor por nosotros.

Gracias a la Eucaristía, Cristo vive después de veinte siglos en los corazones humanos; a pesar de su inconstancia y de su volubilidad.
 

¿QUÉ ME DA JESÚS CUANDO LO RECIBO?

La Eucaristía es un don total, en el cual Jesús no solamente nos da sus dones, nos da no sólo su Cuerpo sino también su Alma; así nos da su humanidad y también su divinidad; y con ella vienen a nosotros el Padre y el Espíritu Santo, puesto que las Tres Per-sonas están inseparablemente unidas, como Dios, Trino y Uno.
Quiere decir, que cuando comulgamos, todo el cielo viene a habitar en nuestra alma; de manera que después de la comunión, ni Dios tiene más que darnos, ni nosotros, por ambiciosos que seamos tenemos más que pedirle. Por eso la Eucaristía es un don total y pleno.
 

JESÚS SE PONE EN TUS MANOS

La Eucaristía es un don que exige responsabilidad. Dios se ha quedado indefenso, confiando en nuestra respuesta de amor. ¿Cómo lo has tratado hasta ahora? Muchas veces lo dejamos solo en los templos, no acudimos a su invitación a participar en la Santa Misa, y lo que es peor ¡cuántos lo reciben en pecado grave!

De hecho, por una parte, la Eucaristía es fuente de reconciliación y compromete a los creyentes a poner en práctica el llamado del perdón. Por otra parte, para que cada uno pueda acercarse dignamente a recibir el Cuerpo de Cristo, es necesario que se reconcilie no sólo con Dios, sino también con los hermanos y la comunidad.

Para recibir en verdad el Pan divino, debemos reconocer a Jesús en los hermanos más humildes, más necesitados y despreciados. La Eucaristía exige una res-puesta de vida renovada, abierta al amor sincero.
 

ENCUÉNTRATE CON CRISTO VIVO

Acepta la invitación más grande que se te haya podido hacer, y encuéntrate con Cristo vivo en la Eucaristía. Como es Dios y todo lo puede, no sólo nos dejo un recuerdo de Él, sino que se quedó Él mismo con nosotros. Él se te entrega sin pedirte nada a cambio. Sólo quiere darle sentido a tu vida y hacerte feliz. Te fortalece para que puedas seguir tu camino.

Aprovecha esta oportunidad y acércate a Él, ábrele tu corazón, y sabrás que Él te escucha y te dará paz y ayudará a olvidar tus angustias diarias y a resolver lo aparentemente imposible. Descubre en Él al mejor amigo que puedas tener.
 

EL MEJOR ALIMENTO

En este tiempo de la era “ligth” en la que todos buscan alimentarse con verdaderos nutrientes libres de colesterol y lleno de vitaminas, además de hacernos lucir bien, nos confundimos en medio de un bombardeo publicitario de infinidad de productos por la televisión que prometen cosas que en realidad no cumplen. Te suenan familiares frases como: Pierda dos tallas en un día. Adelgace en segundos, y gane energía... y así miles de productos que salen a la venta con un alto valor para adquirirlos y que verdaderamente no satisfacen necesidades y lo peor que traen efectos secundarios, haciendo peligrar nuestra salud.

Sin embargo, olvidamos y dejamos de lado aquella invitación a recibir el mejor alimento, el más sano, el más nutriente, que no cuesta nada y que es eterno, que es una promesa real de Jesús que nunca falla y no sólo nos calma el hambre y la sed. Tenemos muchas formas de hambre que marcan nuestro camino en la vida. Hambre de alimento, de bienes esenciales para vivir, hambre de justicia y de libertad, hambre y sed de amor y de esperanza.

Las palabras de Jesús Tomad y comed, corresponden a la aspiración del corazón humano, necesitado de satisfacer esas muchas manifestaciones de hambre. En el pan y el vino, Dios no nos da sólo el alimento que nos nutre, sino también el sacramento que nos renueva y transforma en cuerpo y alma.

Alimentarse de Cristo es reconocer que “su carne inmolada por nosotros es alimento que nos fortalece”, experimentando la verdad de su promesa. La fuerza del pan y del vino consagrado invita a volver con perseverancia a comer y beber en la invitación eucarística, para recuperar la energía de progresar en el camino hacia el encuentro con Dios.

Sobre todo, en los momentos en los cuales el sufrimiento exige una respuesta de amor, debemos fijarnos que, las palabras de Cristo: “Tomad y Comed”, se dirigen propiamente a él. El Pan que nos ofrece es la fuerza de los débiles, el apoyo de los enfermos, el bálsamo que sana las heridas, el viático del viajero cuando se va de esta vida. “Comer el pan de vida” tiene como fin alcanzar aquello por lo cual vale la pena vivir.
 
 

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sección creada 09/10/2004/23:54hrs actualizada 09/10/2004/23:59hrs
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