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María, ejemplo de mujer, madre y esposa.

La verdadera promoción de la mujer conlleva en sí misma, la estima y respeto de parte del hombre, a su dignidad como mujer y no a la renuncia de su feminidad, ni a un comportamiento meramente masculino.

Por el Pbro. Cipriano Sánchez, L.C. 
 

Hoy en día, la propia sociedad nos impone modelos; tantas organizaciones, grupos de feministas radicales, que nos deben hacer reflexionar sobre el verdadero papel de la mujer como esposa y madre. Se ha perdido, en muchos ámbitos este valor y esta fuerza de la vocación que tiene una mujer en el papel fundamental hoy en día para la sociedad en que vivimos. Esta misión natural de mujer-madre es puesta en duda con frecuencia por las posiciones que acentúan, sobre todo, los derechos sociales de la mujer.

De la mujer hay que resaltar, ante todo, la igual dignidad, valor y responsabilidad con respecto al hombre. Ambos, se complementan con sus diversas psicologías, constitución física, sentimientos y emociones entre otras. Diferentes, sí, pero complementarios al mismo tiempo hacia un crecimiento mutuo.

Se debe buscar una promoción de la mujer, pero esta no debe de ser ni a costa del hombre ni en contra de él. Uno y otra no están “contrapunteados”, al contrario, uno enriquece al otro ampliamente. La verdadera promoción de la mujer conlleva en sí misma, la estima y respeto de parte del hombre, a su dignidad como mujer y no a la renuncia de su feminidad, ni a un comportamiento meramente masculino.

Entra aquí en juego, aquella jerarquía fundamental de los valores y de los deberes que está unida de modo indisoluble al bien del hombre y de la mujer.

La mujer, como nos lo dice ampliamente la experiencia y como ha sido testimoniado a lo largo del devenir de la humanidad, es el corazón de la comunidad familiar. Es ella la que educa y da la vida en primer lugar, obviamente ayudada por el marido. El trabajo que una mujer realiza en el hogar y su actividad como madre y educadora deben ser revalorizados por las distintas sociedades y culturas en el mundo, y nosotros como sacerdotes, como guías podemos colabora mucho desde los altares predicando el respeto hacia ellas.

Porque muchas veces se enfrentan a casos como el de su trabajo profesional que es considerado como una promoción personal y, en cambio, la total entrega a la formación de la familia, la educación de los hijos, la casa y su trabajo ahí, se consideran una renuncia al desarrollo de la propia personalidad, un atraso; y ello no debe verse nunca de este modo si queremos que el desarrollo de la sociedad sea auténtica y plenamente humano.

El derecho de acceso a diversos cargos o actividades –asignados a la mujer lo mismo que al hombre- impone a la sociedad el deber de intervenir para generar un desarrollo de las estructuras laborales y de las condiciones de vida, de tal modo que, las esposas y madres puedan tener horarios que les permitan combinar todas sus responsabilidades tanto familiares, como laborales.

En el mensaje que el concilio Vaticano II dirigió a las mujeres lo dice claramente:
“Llega la hora en la que la vocación de la mujer se desarrolla con plenitud, la hora en la que la mujer adquiere en la sociedad una influencia, una irradiación, un poder hasta ahora nunca alcanzado... las mujeres iluminadas por el espíritu evangélico, pueden hacer mucho para ayudar a la humanidad a no decaer.”

Hoy se puede comprobar la verdad de esta afirmación y sentimos la urgencia de encontrar los caminos justos para una verdadera presencia de la mujer en las diversas estructuras operativas y de decisión en el mundo moderno con el fin de transformar la cultura.

“La Mujer Nueva, ¿quién la hallará? Es para nosotros todo un reto. Un ideal alto. Hubo una mujer sencilla que pasó inadvertida en su tiempo y, sin embargo, se ha convertido para muchos hombres y mujeres durante siglos en un auténtico modelo. Ella fue esposa, fue madre, trabajó y llevó a cabo la misteriosa y delicadísima tarea de imprimir los códigos de conducta en su Hijo Jesús. Sí la Mujer Nueva es María. Ella llevó a plenitud no sólo su ser femenino sino la misma feminidad, por haber realizado en grado máximo el don total de sí a Dios y a los demás. María culmina esta donación generosa cuando dilata su corazón de tal manera que llega a ser Madre de todos los hombres. María, la Criatura más perfecta surgida del poder creador de Dios, hoy ilumina y guía a todos aquellos que se esfuerzan por trazar en el mundo los rasgos de la “Mujer Nueva”.[1]

[1] Conde, Gloria. Mujer Nueva. Ed. Trillas. 2000

Artículo tomado del periódico Koinonia. Organo formativo e informativo de la Arquidiócesis de Puebla del 07-05-2006.
 
 

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sección creada 09/05/2006/00:35hrs actualizada 09/05/2006/00:50hrs
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